Por Patricia Martínez Castillo
La revista Forbes llama a la ética empresarial un “activo intangible”, sin el cual la empresa tiende a desaparecer, hay que vender los principios de honestidad, lealtad y verdad como un elemento financiero para poder convencer a los empresarios de la importancia.
Fantástico resulta que esté de moda hablar y practicar la ética empresarial, el problema es que las modas pasan, pero los valores no. Exigimos en redes sociales, donde todo mundo desborda sus opiniones, frustraciones y deseos, lealtad en las relaciones, armonía y paz en el mundo, honestidad en los gobernantes, opinamos, sin parar. ¿Y cuántas de esas opiniones se vuelven acciones?
La ética no es una campaña publicitaria, los valores no se aprenden o viven por promocionarlos, ponerlos en carteles, o leeros en frases. Si entendemos que los valores se refieren precisamente a eso, a lo que valoramos, a lo que consideramos bueno para nosotros, para los que amamos, para nuestra comunidad. Valoramos cuando reconocemos lo bueno en nosotros y en los demás, cuando deseamos que alguien sea feliz, exitoso, amado.
Y desde esa perspectiva hacemos una analogía y lo trasladamos a nuestro lugar de trabajo, a la empresa y al país en el que vivimos.
¿La finalidad de la empresa es únicamente generar utilidades para los empresarios? Cada empleado es una familia que forma parte de una comunidad, el beneficio personal es comunitario, no desde una perspectiva meramente utilitarista o egoísta, sino desde la satisfacción del bien en sí mismo. ¿Planteamiento Kantiano fuera de moda? ¿Ideal utópico?¿O realidad al alcance de tu propia acción?
La pregunta es fácil ¿a qué mundo deseas pertenecer? Ese mundo que reclamas es precisamente del que eres parte y que estás creando, desde donde estás, haciendo tu parte, en él, todos los días. Y sí, se requiere decisión y valor para vivir una vida que valga la pena y la alegría, la satisfacción de ser fiel a tu misión y no a lo que los demás hacen o dice.